Adoración que transforma ambientes

domingo, 24 de julio de 2011

EL SONIDO DE DIOS

El sonido del cual queremos hablar en este capítulo es el sonido que está dentro de nosotros. Cada vez que el pueblo de Dios gritaba para pelear contra sus enemigos, y alababa, era porque el rugir del león de Israel se manifestaba a través de su alabanza. Aquella alabanza desataba lo profético, en otras palabras la alabanza determinaba el destino de Israel hacia su conquista.

La alabanza producía cambios en la atmósfera angelical. Porque los ángeles eran y son los que llevan las palabras para que no retornen vacías, ligados por nuestras palabras para manifestar los resultados de nuestras alabanzas. Por eso la muralla de Jericó cayó cuando Josué dio la orden de dar el grito, de Dios, y las cadenas del apóstol Pablo y de Silas fueron rotas porque ante el sonido de Dios, ante el sonido de la trompeta, se desatan los rompimientos para ver resultados positivos y divinos.

El sonido de Dios trastorna y confunde al enemigo de las tinieblas. Por eso cuando llegan los momentos malos deberíamos alabar el nombre de nuestro Señor. Nuestra alabanza levanta al Rey de reyes y Señor de señores. Cuando llega la enfermedad el sonido de la alabanza hace que nuestra enfermedad no resista al que habla contra la enfermedad. Somos libres cuando alabamos a Dios.

El sonido en nosotros mueve el cielo y la tierra, y también el ámbito espiritual. El sonido es importante porque establece orden en el reino de Dios. El sonido nos prepara y nos advierte. Pero casi siempre el sonido es para prepararnos para un rompimiento, una bendición, un milagro y una palabra.

El día de Pentecostés se oyó un sonido que de repente llegó del cielo como un viento que soplaba (Hechos 2:1-2). El sonido de Dios trae sorprendentemente activaciones espirituales del Espíritu Santo. El sonido de Dios es como cuando cae una bomba nuclear en alguna parte de la tierra; al caer y explotar los rayos nucleares y radioactivos destruyen todo lo que está en su camino por miles de millas.

El sonido de Dios desata lo profético a través de nuestra alabanza, que es como una bomba nuclear abriendo camino en aquello que era imposible abrir.

Isaías 42:12 al 14 habla sobre la importancia de alabar a Dios. La alabanza hace que Dios se levante y salga como gigante a nuestro favor. El celo de Dios se despierta porque la alabanza lo enamora, y Él toma celo porque es el único amado entre las naciones.

Cuando Dios escucha nuestra alabanza de amor y reconocimiento no solamente se levanta sino que grita, vocea y se esfuerza sobre sus enemigos. Este es el tiempo donde la alabanza hace que Dios no calle, ni guarde silencio, ni se detenga; Dios dará voces como la mujer que está de parto. La alabanza hace que Dios asole y devore la circunstancia que tú enfrentas.

Salmista Heri Hernández

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