“Vosotros sois la luz del mundo;
una ciudad asentada sobre un monte
no se puede esconder.
Ni se enciende una luz y se pone
debajo de un almud, sino sobre el can-
delero, y alumbra a todos los que
están en casa.
Así alumbre vuestra luz delante de
los hombres, para que vean vuestras
buenas obras, y glorifiquen a vuestro
Padre que está en los cielos”
.Mateo 5:14-16.
una ciudad asentada sobre un monte
no se puede esconder.
Ni se enciende una luz y se pone
debajo de un almud, sino sobre el can-
delero, y alumbra a todos los que
están en casa.
Así alumbre vuestra luz delante de
los hombres, para que vean vuestras
buenas obras, y glorifiquen a vuestro
Padre que está en los cielos”
.Mateo 5:14-16.
Una de las experiencias más hermosas de mi viaje a California fue mirar el sol al inicio de la primavera posarse cálido sobre la nieve.
Es interesante tomar la nieve en la mano; ésta no es tan blanca como parece. Ah, pero qué diferente se vuelve cuando dan los rayos del sol. No sólo la miras blanca, sino blanquísima. Pareciera que absorbe toda la luz y la refleja a través de un blanco esplendoroso. La nieve que refleja la luz solar es única, maravillosa y brillante.
Cuando las montañas se van llenando de nieve, se van tornando blancas. Pero cuando el sol irradia su luz, éstas se tornan plateadas; sí, plateadas y con un brillo sumamente intenso. Aleluya.
Simple y sencillamente, lo blanco se vuelve como plata pulida y refulgente. Es todo un espectáculo. Pero lo más curioso de todo este asunto es que entre más alta sea la montaña, más brilla la nieve, y en ella el sol. Entre más fuerte sea el sol en la nieve, mayor será su esplendor.
Tuve la osadía una mañana de mirar hacia la montaña nevada sin mis lentes oscuros para el sol. Al instante mis ojos ardían y tuve que dejar de ver. Se forma en la nieve una especie de espejo metálico que irradia tanta luz que casi no se le puede mirar sin protección. El reflejo del sol en la nieve se hace tan extremadamente fuerte que no se puede esquiar si no se cubre uno apropiadamente los ojos. Anteojos o lentes especiales para la práctica del esquí deben ser utilizados. La luz te puede hacer tropezar o dañar los ojos.
Este es un fenómeno natural verdaderamente excitante e impresionante. El mismo me recuerda al profeta Moisés cuando subió la Monte Sinaí para estar con su Dios. Después de permanecer en Su presencia, su rostro brillaba como el sol en su fuerza. La intensidad de la luz en Moisés era tan poderosa que prácticamente quemaba las pupilas de los hijos de Israel. El reflejo de la gloria de Dios en el siervo del Señor era extraordinaria. El brillo y el fulgor eran simplemente majestosos.
Moisés se convirtió en el reflejante de la Luz y Presencia divinas con una magnitud impresionante. Los judíos temblaron y tuvieron temor de lo que tenían al frente. Aleluya. Ellos tuvieron que pedir al varón de Dios que se cubriera el rostro. Alabado sea el Nombre del Señor. Amén.
Desprendemos de los efectos del sol en la nieve una lección práctica para nuestras vidas. El sol y su luz representan a nuestro entender a Dios y su Divina Presencia. La Biblia presenta a Jesucristo como el “Sol de Justicia”. Amén. Es entonces el sol símbolo de Cristo, quien dijo: “Yo soy la luz del mundo”. Aleluya.
El monte, desprendiendo esto de los símbolos bíblico-proféticos, podría apuntar hacia las naciones u hombres. En nuestro caso, digamos que figura a creyentes o a la Iglesia.
Conforme más “alto” subamos en nuestra vida espiritual, más cerca estaremos del Sol, Cristo, y de Su luz.
Somos como esa nieve que a simple vista y de cerca no es tan blanca, tiene impurezas. Pero al ser llena de la luz del Sol, se comienza a poner cada vez más blanca. Entre más subimos hacia El, adorándole y buscándole de corazón, más blancos y puros y santificados parecemos. Aleluya. Cuanto más elevadas son nuestras experiencias espirituales, cuanto más le anhelemos a El y Su Luz, más emblanquecida queda nuestra alma y nuestro espíritu. Aleluya. Cuanto más aprendamos del Espíritu Santo y más caminamos con El, más se purifica y brilla nuestro ser interior. Amén.
En la medida en que nuestro espíritu se remonta a las alturas espirituales y conquista la cima de nuestra vida cristiana, más cerca estamos del Sol de Justicia y más fuerte es Su reflejo en nosotros. Gloria a Dios.
Oh, que lección tan maravillosa nos dan la nieve y el sol. Si la aprendiéramos todos los cristianos, si la aprendiéramos todos los predicadores. Sólo tenemos que buscarlo a El, adorarlo a El y subir nuestro espíritu hacia El, y Su Luz lo llenará todo: alma, cuerpo y espíritu. Aleluya.
Si tan sólo subiéramos, como Moisés, a la cima del monte y allí quietos permaneciéramos contemplando Su Hermosura y Su Santidad, seríamos cambiados como esa nieve del monte. Si tan sólo escaláramos el monte alguna vez para oírle hablar, para recibir Su Luz y conocer Su soberana voluntad, seríamos transformados de gloria en gloria, de luz en luz, y de victoria en victoria. Aleluya.
Si entendiéramos que como simple creación de la mano de Dios le necesitamos, nos postraríamos y le adoraríamos con fervor.
Si entendiéramos tan sólo eso, que sin El no somos nada más que polvo, barro y vasijas vacías, entonces haríamos cualquier cosa para subir hasta el monte donde El habita. Entonces mi hermano, nos humillaríamos de tal manera que dejaríamos los anhelos y los sueños propios, y subiríamos hasta Su santo templo para adorarle.
Oh Iglesia, si tan sólo entendiéramos que la diferencia entre nosotros y el mundo lo hará Su luz reflejada en nosotros, entonces clamaríamos, gemiríamos y lloraríamos hasta obtenerla.
Si pudiéramos captar la esencia del mensaje de la vivencia de Moisés, entonces nos limpiaríamos más, nos dedicaríamos más y subiríamos al Monte Santo de Jehová. Aleluya.
Allí obtendríamos Su luz, Su gloria y la mostraríamos a otros en el Israel de hoy o en el mundo. Entonces ellos temblarían, temerían y oirían la voz de Dios.
¡Oh, Espíritu Santo, súbenos al monte!
Apóstol Rony Chaves